En uno de los barrios más ricos de Buenos Aires, hay una línea de manzanas con terrenos vacíos, restos de edificios y casas abandonadas. Es la AU3, una autopista que jamás se construyó.
En 1976, la dictadura inició un Plan de Autopistas para simular progreso mientras reprimía. En los ochenta el proyecto se detuvo por falta de dinero, y sólo se llegó a expropiar una parte de lo que debía ser la AU3 y a demoler algunos sectores. Nunca se construyó nada. Las casas vacías fueron ocupadas por familias pobres e inmediatamente nació el conflicto. La AU3 atravesaba barrios ricos; los ocupantes, que buscaban casa y trabajo, quedaron enfrentados con los propietarios de la zona, quienes vieron cómo la pobreza se instalaba entre ellos.
A unos y otros ese territorio que comparten es lo que los separa: unos adentro, los otros afuera; unos acorralados, los otros invadidos; unos en casas derruidas, los otros en hogares bien constituidos. Aun así, el conflicto parece nunca explotar, hasta que el Estado, aquel que treinta años atrás generó todo, intenta imponer un nuevo proyecto de reordenamiento. Los propietarios ven una respuesta a sus deseos; los ocupantes, un oscuro negocio a costa de su desalojo. Algunos aceptan irse, otros se resisten, y el conflicto ya está desatado. Mientras oímos los gritos de la gente, son ahora las paredes todavía en pie las que intentan decir algo: nos hablan de una ciudad planificada y ordenada, en la que las diferencias sociales no se notan tanto. Pero esa ciudad no parece ser real; lo único que queda es el enfrentamiento social, el ruido de las topadoras y una cicatriz urbana aún abierta.