Tanto la película de Brooks como la novela homónima en la que se basa están hechas de dos elementos que muchas veces se asocian a la pureza: la infancia, una isla desierta en el Pacífico. Pero cuando un grupo de chicos (señoritos ingleses en principio) naufragan en esa isla, se tensionan entre mantener viva la civilización que traen con ellos o entregarse a nuevos códigos surgidos, entre otras cosas, de la necesidad de vencer a una bestia que viene del mar –al menos esa es la leyenda que todos acatan– sin entender que la bestia podría estar en ellos mismos. Gracias a Brooks, las imágenes del agua que siguen a cada una de las muertes casi se desprenden de la narración y devienen texturas, estados de hipnotismo o de violencia, pero eso ya poco tiene que ver con la novela: eso es el cine. Texto de Marina Yuszczuk.
El señor de las moscas (Lord of the Flies, Gran Bretaña-1963) de Peter Brook, c/James Aubrey, Tom Chapin, Hugh Edwards, Roger Elwin, Tom Gaman. 92’.