El cine y la música de Marc Hurtado –ese corpus espléndido de una vida de imágenes y sonidos, combinaciones sutiles de vértigo, drama y contemplación– se pueden considerar una forma altiva de diario personal: páginas sueltas donde se testimonia el paso del artista por el mundo y la observación de aquello que le sale al paso. Si Étants Donnés, la banda de rock experimental formada en Francia junto a su hermano Éric a fines de los años 70, pudo convertirse en objeto de culto, fue acaso porque supo bucear con pasión en cada escondrijo de la cultura subterránea de su tiempo: bellos desesperados y hoy célebres, como Genesis P-Orridge, Lydia Lunch o Michael Gira, no se privaron de ingentes colaboraciones con Étants Donnés. El personaje que destaca particularmente del lote es, sin embargo, Alan Vega, con quien Marc Hurtado mantuvo una relación de amistad y admiración mutua hasta la muerte del estadounidense a mediados del 2016. Esta muestra de cortos y largos de Hurtado recorre parte de sus intrigantes collages visuales y sonoros, e incluye aquellas ocasiones en las que sumó a Alan Vega como numen y figura central: una suerte de mixtura irreverente de “color y temblor” con música y ruido; una bitácora vital que registra el intento de recobrar la conexión misteriosa con la naturaleza en medio de la vida moderna, una invitación a hacer que el material artístico “juegue” y se doble sobre sí mismo como una máquina impenitente de lanzar preguntas que no esperan ser respondidas. Texto de David Obarrio.