El curso de Jose María Brindisi Todo relato es policial parte de la idea, ya clásica, de que todo relato propone ir detrás de un enigma y se propone brindar elementos para pensar la propia escritura. Aquí tres de esos enigmas planteados en textos de autores clásicos del siglo XX, que serán analizados durante las clases.   

-----

“A la una de la madrugada Carl, el portero nocturno, apagó la última de las tres lámparas de mesa en el hall principal del Hotel Windermere. La alfombra azul se oscureció un poco y las paredes se perdieron en la lejanía. Los sillones seguían ocupados por borrosos parroquianos. En los rincones había recuerdos como telarañas.
Tony Reseck bostezó. Movió la cabeza a un costado y escuchó la música frágil y gorjeada de la sala de radio tras una penumbrosa arcada en el extremo opuesto del hall. Hizo una mueca. Después de la una de la madrugada esa era su sala de radio. No tenía que haber nadie en ella. La pelirroja le estaba arruinando las noches.”

Raymond Chandler, Estaré esperando

“Renata, con su vestido nuevo, permaneció de perfil frente al espejo y volteó el cuello para mirarse el trasero, pues era un espejo grande que le alcanzaba para verse de cuerpo entero. Cuando me puse el saco, no sé ni cómo me vio, ya que cuando se miraba al espejo no veía nada más, sin embargo preguntó ¿vas a salir a trabajar a esta hora?
Mi negocio es vender seguros, lo sabes, no tengo horario, respondí.
Preferiría que lo tuvieras, son las cinco de la tarde, no sé a qué hora regresarás y ya sé que no vamos a salir esta noche, y además ¿de qué me sirve comprar ropa nueva si no salgo con ella?
Disculpa, pero tengo que ganar dinero.
Tú no has ganado mucho últimamente.”

Rubem Fonseca, El vendedor de seguros

“Era la hora de almorzar y todos estaban sentados bajo el doble toldo verde de la tienda de campaña que servía de comedor, pretendiendo que nada había sucedido.- ¿Quiere jugo de lima o limonada? –preguntó Macomber.
- Lima con ginebra –le contestó Robert Wilson.
- Para mí también. Necesito algo fuerte –dijo la esposa de Macomber.
- Supongo que está bien –concedió Macomber-. Dígale que prepare tres limas con ginebra.
El mozo ya había empezado a prepararlos, sacando las botellas de las bolsas refrigerantes de lona bañadas en sudor, en el viento que soplaba a través de los árboles que hacían sombra a las tiendas.
- ¿Cuánto debería darles? –preguntó Macomber.
- Una libra será suficiente –le dijo Wilson-. No querrá malacostumbrarlos.
- ¿El jefe lo repartirá?
- Absolutamente.
Media hora antes, Francis Macomber había sido llevado en triunfo hasta su tienda desde el borde del campamento en los hombros y los brazos del cocinero, los ayudantes, el desollador y los cargadores. Los porteadores de armas no habían tomado parte en la celebración. Cuando los nativos lo bajaron a la entrada de su tienda, les estrechó las manos a todos, recibió sus felicitaciones y luego entró en la tienda y se sentó en la cama hasta que entró su esposa. Ella no le habló al entrar y él salió inmediatamente para lavarse la cara y las manos en el lavatorio portátil que estaba afuera y luego se dirigió a la tienda de campaña que servía de comedor para sentarse en una confortable silla de lona en la brisa y la sombra.
- Ya tiene su león –le dijo Robert Wilson-. Y uno condenadamente bueno, además.”

Ernest Hemingway, La breve vida feliz de Francis Macomber