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“Este film nos devuelve a un Godard menos entusiasta y despreocupado que el de sus primeras películas, más serenado y flexible, más abierto y menos radicalizado también, pero no menos libre ni menos empeñado en la estimulante empresa de hacer lo que de verdad le interesa y apetece, a despecho de las modas y las convenciones, las consignas y los reproches. Si aquí se ha replegado casi totalmente al exterior de los sonidos y las imágenes, (…) y además se han esfumado casi todos los carteles, rótulos y letreros, manuscritos, impresos electrónicamente o pintados, que durante toda su carrera han puntuado sus películas; si la voz en off ha sido acallada y no hay apenas alusiones a otros films, ni declaraciones de gusto o de desagrado, es, tal vez, porque Godard se ha hecho más resistente, más fuerte y autosuficiente, y se siente capaz de interpelarnos más discretamente, sin interponerse entre nosotros y la realidad que analiza, y sin que por ello dejemos de reconocer en sus imágenes -más ordenadas que de costumbre pero sometidas, como siempre, a todo tipo de pruebas y manipulaciones- al hombre que contempla el mundo tras unas gafas aun ahumadas -pero menos oscuras que antaño- y nos va contando, sobre la marcha, sin mediación, lo que ve, lo que piensa y lo que intuye”. Fragmento de un texto de Miguel Marías en Jean-Luc Godard, Ediciones JC, Madrid, 1981.

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