Nueva York. Marzo de 2002. Encuentro arena en la cama que me ha ofrecido mi hermana en su departamento en Manhattan, y tengo la alucinación de que la duna limeña ya ha pasado por ahí. Caigo en cuenta de que siempre hay dunas caminando por todo el mundo, van de un lado a otro arrastradas por nuestros pies. Me recuerdan las piedras que Francis Alÿs registró en su zapato tras efectuar una caminata por Londres en 1999:
Pebble Walk [Caminata en la grava]
Una Caminata desde el extremo noroeste del Hyde Park hasta el extremo sureste de los Kensington Gardens, desde las 12.25 pm hasta la 1.35 pm, concluyó con 7 piedras en mi zapato derecho y 3 piedras en mi zapato izquierdo. (Francis Alÿs, 15 de abril de 1999). [1]
Todos esos restos que trasladamos en nuestros pasos son parte de un fenómeno mucho más amplio: los fragmentos de un constante e interminable nomadismo geológico. La acción de la duna en Lima debe ser una amplificación poética de una experiencia/minucia como esta.
Los hechos. El 11 de abril del año 2002, el artista convocó a quinientas personas, a fin de formar una hilera que desplazó, con la ayuda de palas, una duna de 400 metros de diámetro localizada en la periferia de la ciudad de Lima.
Cuánto se movió la duna, no es importante. Digamos, para concluir una discusión: la montaña se movió lo necesario.
Los proyectos. Cuatro días después de la acción en Ventanilla, Lima, Perú, me encuentro con Richard Perales, el presidente del Centro de Estudiantes de la Facultad de Arquitectura de la UNI, y le hago una pregunta que yo mismo hubiera encontrado aterradora. “¿Y ahora, qué sigue?”.
Richard contesta impasible: “Tenemos varios proyectos: bebernos el Atlántico, pintar de azul el cielo, perforar los Andes”.
Lima, Perú. Octubre de 2000. Al mismo tiempo que se efectúa la premiación de la Bienal Nacional de Lima, que designa a los participantes locales en la Bienal del 2002, hay choques entre la policía y los manifestantes (obreros y estudiantes) en la Plaza Mayor. Mientras se emiten los consabidos discursos y la entrega simbólica de cheques para producir las obras premiadas, estallan bombas lacrimógenas. ¿Cuál puede ser el lugar del arte en estas convulsiones?
Esa misma mañana, Francis Alÿs había ido a Ventanilla y me comentó con una lucidez asombrosa: “Una situación desesperada requiere de una respuesta absurda”.
Epidemia de bienales. Lima, martes 9 de abril. Al pie del ascensor del Hotel Maury, Javier Tellez le señala a Francis que hay una paradoja en todo lo que estamos haciendo. A la Bienal de Venecia, el año pasado, Francis envió tan solo un pavo real: un “Embajador” (“Mr. Peacock”) que deambulaba por los jardines de la Bienal, como en un gesto de displicencia ante la feria de vanidades de las Bienales artísticas alrededor del mundo.
Téllez nos dice con toda ironía: “En cambio a Lima vienes con todo este circo… Yo no entiendo”. ¡Como si él mismo no estuviera haciendo algo semejante!
En efecto, uno de los aspectos de nuestra presencia en la Bienal de Lima tuvo que ver con una política de absurda reciprocidad: una inversión excesiva en un territorio y un evento aparentemente menor en el circuito de arte global no es un mero gesto de generosidad. Todos cuantos estábamos allí sabíamos, en menor o mayor grado, que nuestra participación en Lima derivó de un llamado de cierta solidaridad. Hablo, claro, de la forma en que la Bienal de Lima surgió de una coalición simbólica de resistencia al Fujimorismo.
Para algunos de nosotros, la invitación vino acompañada de un afortunado chantaje: el crítico Gustavo Buntinx, por entonces involucrado en las acciones de Lava-bandera del colectivo Sociedad Civil, nos informó que “la lucha antidictatorial ha[bía] impuesto una línea de frente amplísimo entre facciones anteriormente divididas de la cultura y arte peruanos”, y que la Bienal buscaba además recuperar el centro histórico de Lima. De entrada, no se trataba de un mero trabajo, sino de insertarnos en un territorio de negociaciones político-simbólicas sobre el lugar del arte en un momento histórico determinado.
Como antes para La Habana o para Johannesburgo, la Bienal de Lima usó como combustible de lanzamiento su contexto de crisis. La energía que ahora atestiguamos, aun caído el fujimorismo, corresponde a un método con el que algunas periferias obtuvieron su boleto de entrada en el arte global. Lo único que hará que nuestros recorridos no sean solo “unas vacaciones en la miseria ajena” es que la Bienal produzca el sano oportunismo del arte de la localidad: conducir esa apertura de visibilidad a la radicalización de lo local.
Cuando uno ve la obra de Fernando Bryce o de Giuliana Migliori, por hablar de dos casos tan solo, puede apreciar lo atinado de esa fórmula. Todo despegue artístico en nuestras regiones depende de una cierta dialéctica entre tensión interna y complicidad exterior. No obstante, la experiencia de Johannesburgo o la de La Habana también advierten sobre los peligros que encierra esta clase de operación. Si las elites políticas y culturales locales no comprenden la posibilidad de interlocución que les brinda el arte contemporáneo, bien pueden desaprovechar su boleto de ingreso una vez que la presión política de la crisis parece desvanecerse.
Como mexicano, y medio peruano, creo que tengo derecho a pasarme un poco de la raya de la crítica amistosa para degenerar en una pequeña crítica abierta. Dada la energía invertida por tantos de los participantes, que la Bienal de Lima distraiga su programa contemporáneo para homenajear a José Luis Cuevas (una de esas glorias locales de que están tan llenas las historias del arte latinoamericano) no es un solo un retroceso artístico. Señala que las instituciones de dos países como México y Perú no acaban de comprender las oportunidades de su dramática situación.
Cuestionable como resulta, el papel de las bienales es clarísimo: mostrar sólo arte fresco, fresquísimo: recién cortado. Digamos no a los enlatados nacionales de conserva.
Olas de migración: Lima ya está moviendo sus dunas tiempo atrás con la expansión de la megalópolis y su subsecuente transformación racial, la llamada “cholización”. Los inmigrantes ejercen presión sobre el terreno provocando el desvanecimiento del paisaje por la urbanización. Conclusión obvia: toda megalópolis exilia su paisaje.
Uno de los motivos fundamentales del proyecto consistió en plantearnos un diálogo con el modo en que la ausencia de planificación genera, no obstante, el tejido urbano de Latinoamérica. Ventanilla es un ejemplo cabal de algo que podríamos llamar urbanismo vernáculo: los inmigrantes demarcan con sus casas de esteros las calles donde, tiempo después, las autoridades se ven forzadas a crear servicios sanitarios, provisión de agua, y cableado eléctrico y de teléfono. Por terrible que sea el paisaje de los pueblos jóvenes, las “favelas” brasileñas o lo que en México llamamos “ciudades perdidas”, estos son enormes concentrados de esperanza. Estos poblados suelen tener a los más arrojados miembros de sus comunidades, quienes levantan con bejuco, madera o lámina estructuras formal y arquitectónicamente extraordinarias. Aplicación sabia de formas como el cubo, el cilindro, el paraboloide, el prisma, la arquitectura que erigen, por provisional y rudimentaria que nos parezca, constituye una especie de funcionalismo espontáneo.
Es tiempo ya de que los habitantes de las urbes reconozcamos la energía y la creatividad de los que hemos querido siempre llamar “invasores”. A falta de capitales o políticas, es a ellos que debemos el dinamismo de lo que pretensiosamente llamamos “nuestra ciudad”.
Diálogo con los ingenieros. La mayor parte de los participantes de Cuando la fe mueve montañas fueron estudiantes de la Universidad Nacional de Ingeniería del Perú. Varios motivos hicieron que ahí se localizara el grueso de la convocatoria: algunos de orden práctico (una determinada concentración de estudiantes, el hecho de que los miembros de sus Centros de Estudiantes encontraran interesante el proyecto, la colaboración de sus autoridades), pero también otro, conceptual. La acción fue, de hecho, una especie de obra de ingeniería civil: cientos de hombres y mujeres modificaron con palas un territorio. También estaba el hecho de que la acción nos permitía confrontar a los arquitectos con el terreno de la construcción popular de las barriadas de Ventanilla, que quizá pudiera convertirse en una fuente de inspiración y retos. Finalmente, se trataba de interactuar con gente que no tuviera un prejuicio muy armado acerca de qué es o no es el arte. Los participantes debían asumir el reto del proyecto a partir de su posible significación, y no bajo un razonamiento de lo que constituye “lo contemporáneo”.
Pero como me dijo un estudiante de la facultad de economía de esa Universidad, la acción también supuso introducir a estudiantes de una universidad técnica y científica en un acto irracional. Compartir la fe en un absurdo con una institución dedicada al cálculo.
Abril 15 de 2002. Tomando una Inca Kola en el bar Cordano en Lima, muestro a un grupo de colegas fotos de la acción del 11 de abril. La artista Liliana Porter comenta que, por pretensioso que suene, Francis Alÿs es una especie de poeta. La obra es una imagen sencilla, que transmite sin el intermediario de un complicado discurso de interpretación teórica. Yo no me puedo reprimir contestar a Liliana: “Sí, Francis es un poeta. Pero esta vez los versos fueron muy complicados. Eran más que gongorinos. Tenían una métrica endemoniada".
Departamento de quejas. Arriba en la duna, había un sol monstruoso. La arena, contra lo que supusimos, se levantaba en nubes de polvo que lastimaban los ojos de los participantes. Aún ahora no acabo de comprender cómo no abandonaron la tarea. Entiendo que el compromiso de la gente era una mezcla de convicción y fatalidad: nos esforzamos por hacer comprender las metáforas de la acción, pero también una vez que los cientos de participantes estaban en el desierto, todos y cada uno sabíamos que no había marcha atrás. Es notable cómo la solidaridad es también fatalista: uno no puede dejar la tarea por temor de decepcionar al otro que hace lo mismo que uno, incluso uno sabe que desertar sería catastrófico, provocaría la deserción de los demás. Esa es la lógica de identificación de las masas.
Para los organizadores, sin embargo, el placer de ver realizado un acto estuvo acompañado siempre de una sensación de culpa. La gente coreaba a ratos desde la duna: “Agua, agua, agua”. Pero la cámara seguía corriendo.
Cuentos chinos. En China, me informa el curador Man Ray Hsu, tener una montaña frente a la casa es considerado una desgracia. De ahí la moraleja de un cuento popular: Había una vez un hombre que estaba obsesionado porque su casa tenía un monte frente a la puerta. Un día, muy decidido a librarse de él, empezó a acarrear tierra con una cubeta. Un vecino, alarmado, le advirtió que nunca acabaría la tarea. El hombre le dijo: “Sí, pero yo tendré un hijo, y mi hijo otro hijo, y el hijo de mi hijo un hijo…”.
El martes 16 de abril un estudiante me contó que alguna vez vio una revista China de la época maoísta, que tenía fotos de uno de esos milagros atribuidos al presidente Mao: un pueblo entero que había trasladado un monte a mano para cubrir una barranca.
San Isidro, sábado 13 de abril de 2002. Visitamos la Huaca Juliana (esas estructuras piramidales que levantaron las culturas preincaicas de la cosa peruana) y nos topamos con una imagen inesperada. El montículo precolombino ha sido enrejado, atrapado entre los muros de los edificios y las casas construidas a su alrededor. Esta Huaca no solo no tiene hacia donde caminar: muere de asfixia. Es de hecho el traspatio de un tinaco de agua que alimenta las cañerías del barrio. Como los indios, esta Huaca ha sido encerrada en una reserva. Tanta reja la hace verse francamente peligrosa.
Social delay. Habría que pensar en el efecto de postergación que supone la noción de esperanza. La fe es un mecanismo de negociación donde uno introduce resignación en el presente como una inversión en una abstracta promesa futura. Esa es la trampa católica por excelencia, pero no deja de ser cierto que toda apertura sobre el futuro, y por tanto toda acción, depende en cierta medida de una postergación tanto de la satisfacción como del efecto. De ahí que valga la pena librar a la fe de su dominio teológico.
Ilusionismo. A lo largo de todo el proyecto, Francis Alÿs tenía en mente que lo que haríamos en Lima sería una forma de ilusionismo: como Uri Geller, que hacía a las multitudes tallar cucharillas de té bajo la promesa de doblarlas, íbamos a Lima a convencer a varios cientos de personas de que podían efectuar un milagro.
Sin embargo, en este diálogo hipotético con el territorio de los gurús y profetas, sabíamos que la invitación no dejaba de ser finalmente atea e ilustrada. Cuando es un acto colectivo organizado, el milagro se degrada. Lo milagroso se reduce al acto de convencimiento y compromiso de un grupo en llevar a cabo una tarea. Una vez que los participantes estuvieron alineados con sus palas y camisas frente a la duna, es decir, cuando no habían movido aún un gramo de arena, el milagro estaba realizado. Que, además, la gente moviera efectivamente la duna, cae en el territorio de lo extraordinario.
Máximo esfuerzo, mínimo resultado. Cuando la fe mueve montañas es claramente una aplicación del principio no-desarrollista latinoamericano: una extensión de la lógica del fracaso, dilapidación programática, resistencia, entropía y erosión económica. Se trataba de formular una parábola de la escasa productividad, al tiempo que mostrar de modo épico el efecto de reformas mínimas alcanzadas con esfuerzos colectivos. No se trata de formular un principio de no acción: solo concentrar en un tiempo y espacio los mecanismos de una economía que se resiste a los dogmas de la modernización, el neoliberalismo y la perversión aritmética de la “eficiencia”.
Por supuesto, evocar esa economía nos hace en cierta forma cómplices de los males del subdesarrollo. Oiticica lo puso muy en claro: “De adversidades vivimos”. Tocará a otras mentes más claras determinar si esta complicidad es tan o igualmente cínica que la que supone hacerse cómplice de los males del desarrollo.
Imágenes contra el olor. Imposibilidad de transmitir la atmósfera de Ventanilla, mezcla del aroma de las fábricas de harina de pescado que trae la brisa y la basura que se pudre en bolsas de plástico a cada paso. Tampoco podremos llevar al público la sensación de asombro de ver, desde lo alto, las casas de los pueblos jóvenes, las fábricas y la línea azul del mar.
Mass movement. Simulación de movilización social o convocatoria de movilización física. En un momento en que la política está dejando de ser política newtoniana (caigamos en cuenta de que cada vez que hablamos de masa y poder hacemos equivaler lo social con la física), el acto de Alÿs refiere al hecho de que en Latinoamérica muchas de nuestras batallas no pertenecen aún al ámbito foucaultiano de la microfísica del poder, sino a los viejos temas de propiedad, gobierno, derechos sociales, techo, agua, tierra. En México y Perú, hasta hoy en día, actuar políticamente significa movilizar multitudes en las calles, es decir, manifestar ante el poder público el fantasma de la rebelión. No obstante, hay indicios de que esta era de la política de masas está ya entrando en crisis. El cambio democrático en México en el año 2000 fue en gran medida obra y gracia del telemercadeo. En Perú, Alberto Fujimori no cae únicamente por el movimiento social, sino por los estragos producidos por el video.
Curaduría remota. No estar del todo en control del proyecto, tener que asumir el trabajo de “agentes” o “diplomáticos”. Mientras que al trabajar con instituciones del norte esto significa desentenderse de lo práctico, y concentrarse solo en lo conceptual, en casos donde uno colabora con sitios como Lima o México implica en sí mismo un acto de fe. Hay mil motivos por los cuales el proyecto pudo haber derivado en un fracaso. Pero, como los viciosos del juego, cada vez que había un tropiezo solo podíamos incrementar la apuesta.
Reliquias. Todo milagro requiere una prueba física. Mover la duna no debe dejar rastro.
A lo más, obtener un peinado del terreno. Pensando en el proyecto, Francis Alÿs imaginó muchas veces a la multitud empujando la duna como un gran peine, donde cada trabajador sería uno de los dientes. En efecto, al final del acto la duna quedó rayada como si un peine enorme le hubiera pasado por encima. Pronto esas rayas quedarán borradas por el viento y el avance de las construcciones. Lo último que deseábamos era añadir una parada al circuito turístico del sur.
Landart for the landless. El land art siempre ha sido sospechoso de romanticismo: supone dar la espalda a la ciudad, ya porque plantea un regreso imaginario a los tiempos del paleolítico o de las obras de las llamadas “grandes civilizaciones”, o simplemente porque asume una relación casi metafísica con el paisaje. Como las líneas de Nazca, el Campo de rayos de Walter de Maria o las trincheras de Huebler eran diálogos con una divinidad ausente, situadas lejos de toda audiencia, sin la interferencia de la modernización. La escultura se exiliaba al desierto para no tener que vérselas con la competencia desleal de la ciudad reinventándose cada segundo bajo el capitalismo.
La acción en la duna resocializa el land art: convierte la escultura en una experiencia de masas, precisamente en relación con quienes van en búsqueda de tierra.
Abril 11 de 2002. En el autobús de vuelta a Lima. “Hasta ahora hemos sido un fraude. A partir de este momento solo nos dedicaremos a mentir”.
Literatura. Con frecuencia, la obra de Francis Alÿs despierta en los críticos asociaciones con la literatura. Muchos quisieran poder encontrar la relación de sus acciones con Borges o Kafka. En efecto, las caminatas de Alÿs pretenden ante todo ser fábulas: acciones/ficciones. Pero hay un error en pensar que lo anecdótico y legendario nos ubica siempre y por necesidad en la mesa del escritor. No se trata de hacer una obra literaria, sino ir un paso atrás, a la invención de un mito urbano. A diferencia de la literatura, el relato real se transforma con cada hablante que lo disemina como rumor.
Antes de que los románticos fijaran las historias populares en libros, antes de los hermanos Grimm o de Andersen, de Riva Palacio o de Fernando Palma, los hechos eran repetidos de boca en boca, siempre abiertos a la invención y ocurrencia del contador. Que una montaña se movió en Lima en abril del año 2002 no tiene por función que alguien construya un texto definitivo y perfecto. Por el contrario, el artista aspiraba a alimentar el imaginario local, lo mismo que el circuito de anécdotas que, bien visto, es el ámbito de “lo neoconceptual” en el circuito de información artístico.
En realidad, los cientos de participantes de la acción son, cada uno de ellos, los autores de la historia: ellos llegaron a sus casas a contar lo que hicieron, ellos se encargarán de reinventar la memoria y sus asociaciones. La instalación de la obra en la sala de exhibición es solo otra de las apariciones de este mercado de voces múltiples: el espectador no se lleva una imagen tan solo, sino los documentos probatorios de un hecho destinado a propalarse al emprender su regreso verbal a la ciudad que lo generó. En una era de la multiplicación de las imágenes, la acción en la duna aspira a generar una multiplicación de los narradores. Ese será, incluso, su efecto político efectivo: restituir momentáneamente la comunidad de lo oral.
Nota
1. El texto original de Alÿs en inglés es el siguiente:
Pebble Walk
A Walk from the north west end of Hyde Park to the south east end of Kensington Gardens, from 12.25 pm till 1.35 pm concluded with 7 stones in my right shoe and 3 stones in my left shoe. (Francis Alÿs, 15 April 1999)