Cada hombre comiendo fragmentos de la isla…
la neblina cubriendo con su helado disfraz el escándalo de la sabana,
cada palma derramándose insolentemente en un verde juego de aguas…
—La isla en peso. Virgilio Piñera
Quisqueya Henríquez es una artista con un arraigo discontinuo a dos islas. Nace en La Habana, crece en Santo Domingo, se educa en La Habana y desarrolla su obra en Santo Domingo. Su cuerpo de trabajo es de suma importancia en el panorama de las artes del Caribe. Es de resaltar su labor precursora en el acercamiento a temas álgidos y pertinentes a los que el arte había hecho poca referencia hasta el momento en los escenarios locales y regionales. La dualidad o bipolaridad insular y archipelágica, el aislamiento y las cajas de resonancia, los estereotipos y los tipos, los sujetos migrantes y arraigados. Quisqueya alude a la insularidad desde lenguajes diversos; reflexiona críticamente sobre la construcción de ficciones desde los espacios de poder; desarrolla una obra abiertamente cuestionadora de los nacionalismos; plantea, desde los escenarios arquetípicos que crea, la ambigüedad, los antagonismos y hasta sus cuestionamientos sobre la lógica del pensamiento estético del momento. Su práctica está llena de propuestas que se ubican en fronteras y que refieren a la discontinuidad.
Con el fin de siglo XX y a raíz de su retorno a República Dominicana desarrolla la serie de las Burlas. Ese núcleo de obras apunta hacia los relatos que se han conformado en relación con el trópico, fundamentalmente asociados al Caribe. Refiere a los estereotipos construidos en relación con el mar y la insularidad. Pero debo aclarar que no se trata de cualquier mar, y con el riesgo de parecer idealista, hago la indicación de que me refiero a un mar exquisito y siniestro. Y tampoco se refiere Quisqueya a cualquier isla, sino a esos pedazos de tierra emergentes en toda la extensión de su significación que la atan y sueltan sucesivamente. De esta manera, y en íntima relación con la insularidad reinterpretada en Burlas, aparece la coexistencia de filos de utopía con momentos de violencia. La mirada utópica refiere al planteamiento de posibilidades imposibles y no hace resistencia al sustrato de violencia. Esta serie tiene a la vez una muy poderosa referencia autobiográfica, es una especie de bitácora del regreso y todo lo que ello implica de amable y agreste. De ahí que, en Ropa congelada, una de las piezas clave de este conjunto, Quisqueya plantee el despojo de todos los elementos de su indumentaria para someterlos a un proceso de congelamiento en neveras industriales. Es su cotidianidad congelada, sometida a una variación térmica radical y tratamiento de anoxia que no solo la reconfigura temporalmente, sino que ejerce una especie de despojo de lo que arrastra en términos de memoria, olores y presencias. Lo siniestro, como ese tipo de espanto que afecta las cosas conocidas y familiares se comienza a verificar en piezas como Sangre congelada. Lo escandaloso de la sangre, en este caso, es pasado por el tamiz del brusco cambio térmico que la solidifica. La consistencia se convierte entonces en punto de interrogación en esta sangría. ¿Qué nos cuenta la sangre? ¿Qué hay en ella?
La serie Burlas recodifica conceptos y desarticula nociones como la temperatura y lo efímero. Y es por esta vía que llegamos al relato de un helado. La manera que tiene Quisqueya a través de su obra de alterar los ordenes establecidos y desviar las normas perceptivas confiere al helado, elemento cotidiano de gusto y deseo, la propiedad de ser instrumento de cuestionamiento de las historias aprendidas. Helado de agua de mar Caribe plantea preguntas en lo personal y autobiográfico, en lo histórico y lo social entre otros campos que le afectan. Que el poema del cubano Virgilio Piñera La isla en peso y su “maldita circunstancia del agua por todas partes” encabezara los pensamientos de la artista en ese momento es una clave de que este helado es también un arma. Si bien es cierto que esa “maldita circunstancia” determina mucho de la configuración y poética del helado, en su favor y desmedro, lo que Quisqueya logra rescatar de su construcción son las incongruencias y los silencios. En esas brechas entre el Mar de los Sargazos y el Canal de la Mona es que se encuentra el argumento de este helado. La acción de concebir, producir y compartir el helado de mar es también la de dosificar –entre quienes gustosamente nos prestamos– sus dudas, certezas y referencias sobre ese cuerpo fluido. Y entre estas nociones que se comparten por el gusto está la percepción del mar como fuente de historias. Las usuales características de fluidez, movimiento infinito, capacidad de cambio y trasiego que se le adjudican son complementadas en esta acción por las nociones de reclusión, exclusión y aislamiento.
Yo he convivido con y experimentado varias versiones del mismo helado. En el Centro León tenemos una de las piezas fotográficas resultantes de la acción que ha estado en la colección permanente desde que fuera reconocida en un Concurso de Arte Eduardo León Jimenes. Miles de personas han desfilado frente a esta imagen. En todos estos años he escuchado múltiples lecturas e historias a propósito de ella. Yo he construido las mías, que cuentan, en algunos casos, con la aprobación de Quisqueya. Esta es solo una de ellas.