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En la primera cita entre los dos protagonistas, Raúl Loveras (Arturo Bonín) dice que no es homosexual, a lo que Jorge Castro (Mario Pasik) le responde: “Yo tampoco, definirme como homosexual sería limitarme, si hay algo que odio son las limitaciones.” Y agrega: “El sexo ofrece mil posibilidades y a mí me interesan casi todas”. Esta película fue históricamente malinterpretada como una historia de amor “homosexual”, o peor “gay”, cuando ninguno de sus protagonistas se reconoce como tal, imponiendo a los personajes identidades con las que no se identifican. Un error de lectura, porque esta película abrió un juego que además de censurado, fue incomprendido. El uso de los lugares públicos en la postdictadura, la fotografía fija como ruptura narrativa, la fuga de la lógica del trabajo, son algunos de los puntos que se pueden enfocar como dispositivos queer que la película activa. En ese diálogo y en esos gestos hay mucho aún que es igual o más revolucionario que su final feliz. Por eso, volver a verla es un acto de justicia. Texto de Diego Trerotola.

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