Diario
Literatura

La serigrafía
tiene un largo pasado

Por Diana Bellessi

La serigrafía tiene un largo pasado, más de tres mil años podríamos decir. Y un largo pasado revolucionario que se hace evidente durante la revolución industrial. No se necesita más que una malla y los papeles o telas amarradas a un bastidor de madera, y las tintas. La magia de pronto aparece. Imágenes que son textos y textos que son imágenes aparecen en la pobreza de los acampes y comedores populares. Nunca olvidaré a la multitud sacándose la camiseta y esperando, en aquellos días de verano, que se las estamparan, que los chicos y las chicas del Taller Popular de Serigrafía imprimieran en ellas un mapa de Argentina con los nombres de los muertos en la lucha de esos años, o con “Brukman es de los trabajadores”, con la frase “Que se vayan todos”, “Darío y Maxi presentes”, “Trabajo, dignidad, cambio social", “Represión es crimen, protesta es conciencia". O los versos de un poema que yo escribí: “Mañana es primero de mayo y acá / el que puede compra asado…”.

Todo tono popular se habla intensamente en la lírica, es la lírica misma que se alza ahí, en el pudor y la falta de pudor del tono popular, porque dice aquello que rara vez será escrito o dicho en público, como las palabras de amor, de deseo, de odio, que aparecían aquí en frases austeras, casi bolcheviques de la mano de estos chicos y chicas que las habían oído cantar o escribir en carteles a mano o en acampes donde los negros desocupados decían: “Pase por aquí, Señito…, tómese un mate, quiere?”. En la voz de los que nada tenían, y que hoy se enmarcan junto con las fotos y los versos en la memoria reciente de hace quince o veinte años atrás. Una memoria reciente que vuelve a hacerse presente con los pañuelos blancos que nunca cedieron y que están aquí, en un museo que se pretende viviente. Cuando los vi, morí de amor, porque recordé sus caritas de veinte años en medio de la multitud sufriente y luchadora, recordé a los pibes de los noventa que dieron vuelta mis versos y mi vida, recordé a Paula Jiménez, a Claudia Prado, a Osvaldo Bossi, a Juan Fernando García, a Andi Nachón, al negrito Ríos o Washington Cucurto, y a tantos más, y a los viejos de mi generación, como a Eduardo Mileo, Susana Villalba y Alicia Genovese con quien pintamos aquella bandera roja con las voces de las mujeres desposeídas y la llevamos a un congreso internacional de escritoras en Rosario, y de ahí a la calle, con esa falta de pudor de la poesía en los noventa y principios de los dos mil.

La aparición de estos chicos y chicas en el Museo, me hicieron olvidar las obras de arte y en su lugar aparecieron los obreros desocupados, las bocas desdentadas y las cacerolas con el guiso de ayer y de hoy también, mientras decimos aaahhh! por la tirita de asado o el choripán caliente… Por eso los elegí. Porque juntos cambiamos la historia y el arte argentino, volviéndolo un tono popular atravesado por las vanguardias del siglo XX. Así releí, por esos años, el Siglo de Oro y el Modernismo, así se sucedieron libros como “La edad dorada”, con los padres y madres esquivas del cristianismo; o “Mate cocido”, con aquel bandido anarquista, sólo nombrado en el nombre del libro y en el acápite de Gieco- Chumbita, pero presente a lo largo de todo el libro; en “La Rebelión del instante” donde bailan Bachelard y la Tita del almacén en una isla del Paraná, y los chinitos y Garcilazo y Martí con la joyería de Darío en “Tener lo que se tiene” y “Variaciones de la luz”; un instante de vacaciones apenas, el arte, algo tan hermoso, hasta llegar a “Pasos de baile” y bailar otro tono, un cuarteto en la cercanía de la muerte hasta despertar, otra vez a fines del 2015 y encontrarlos ahora, los chicos y las chicas ya todos grandes en la sala de este museo. Larga vida a la anarquía pasada por un tono popular, a las camisetas rojas y negras de la gente, al Negrito catamarqueño, Alfredo Luna, que me gritó en una marcha: “Soy enfermero! Y te quiero” y lo era, además de poeta. Porque volvamos a encontrarnos en la santa calle, ahora y siempre...

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Lectura presentada en el marco de la segunda edición del Ciclo de Autores Verboamérica, de la que también participaron Gabi Cabezón Cámara y Marcial Gala, con la coordinación de Fermín Rodríguez.

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