Diario
Literatura

Roberto Ferro
sobre Julio Cortazar

El escritor y crítico literario Roberto Ferro responde dos preguntas sobre algunos de los temas que va a abordar en el curso Los otros libros de Julio Cortázar: para ver y leer que comienza el jueves 14 de agosto. 

-¿En qué sentido la obra de Julio Cortazar puede entenderse como un collage?

Desde la aparición de Rayuela, Cortázar ha recurrido en varias oportunidades a esa modalidad de composición de las páginas, como en sus libros almanaques La vuelta al día en ochenta mundos (1967) y Último round (1969), en los que el collage es el procedimiento dominante de disposición de los diversos componentes textuales. Asimismo, son frecuentes, desde ese período, los volúmenes en los que hay un diálogo intenso entre imágenes y textos verbales; dan cuenta de esa preferencia, entre otros: en Prosa del observatorio (1972) se incluyen imágenes fotográficas tomadas por el escritor; en Monsieur Lautrec (1980) los textos de Cortázar se disponen junto con dibujos y pinturas de Hermenegildo Sabat; en Alto el Perú (1984) alternan con fotografías de Manja Offerhaus. El collage también traspone e integra la reproducción de recortes periodísticos que se compaginan con el relato novelesco en Libro de Manuel (1973). Y todo esto se consuma en Los autonautas de la cosmopista escrito con Carol Dunlop, el último libro que publicó en vida.

Los procedimientos de composición en forma de collages en la obra de Julio Cortázar integran en yuxtaposiciones la heterogeneidad de los materiales y de los lenguajes y géneros que dislocan toda ilusión de unidad preestablecida, formulando, desde otra perspectiva, una crítica a la homogeneidad uniforme y poniendo de manifiesto en la espacialidad de las páginas un campo de tensiones de recortes y fragmentos entre los que se producen pasajes de doble circulación.

La heterogeneidad del collage -que cada configuración compone de acuerdo con los materiales que lo integran y el diseño que los reúne- en las textualidades cortazarianas se presenta a la lectura como una provocación para producir significación que no podría ser ni unívoca ni inalterable. Cada elemento citado rompe con la continuidad o la linealidad del discurso y lleva necesariamente a un doble circuito de lectura: la del fragmento percibido en relación con el texto del que procede y la del mismo fragmento incorporado a un nuevo conjunto, a una totalidad diferente. La operatividad del collage consiste asimismo en no cancelar nunca por completo la alteridad de estos elementos reunidos en una composición espacio-temporal. Así el arte del collage demuestra ser una de las estrategias más eficaces para cuestionar las ilusiones de representación realista.

-¿En qué puntos se contactan las obras de Cortazar y Julio Le Parc?

Hemos elegido una cita de Julio Le Parc en el programa del curso que daré en agosto, porque es un síntesis apropiada para dar cuenta de las relaciones que se pueden establecer entre sus obras:

“Las experiencias con la luz y el movimiento se relacionan directamente con la idea de alejarme de la obra fija, estable y definitiva. El espectador se encuentra rodeado o delante del desarrollo de una multitud de cambios, acentuándose el soporte uniforme de los elementos y formas, sin distraer la inestabilidad puesta en evidencia. Percibe así una parte de los cambios lo que le basta para tomar el sentido total de la experiencia”.

En esa cita hay resonancias de lo que había dicho anteriormente del collage; además el movimiento es una búsqueda compartida por Le Parc y Cortázar, movimiento que no solo supone la interacción de las diversas partes de sus textualidades, sino movimiento en relación con la actividad de lectores y espectadores. Luego en ambos hay una impronta vanguardista vinculada a la máquina y al juego.

Tanto el juego como la máquina están íntimamente ligados a la obra de Cortázar; el primer caso, en los títulos de algunos de sus textos Rayuela, Final del juego, incluso en las sucesivas ediciones de sus cuentos completos una de las secciones la ha llamado “Juegos”. En cuanto a la máquina, el mecano, metáfora de la que se sirve en Rayuela, es una especie de condensación del juego y los dispositivos mecánicos; 62. Modelo para armar alude a la lectura concebida como un juego, una especie de desafío en el que el lector debe armar las diversas partes para se desplieguen los múltiples recorridos de lectura. En La vuelta al día en ochenta mundos hay un artículo, “De otra máquina célibe”, donde afirma se alude a la circunstancia de que Marcel Duchamps estuvo en Buenos Aires:

Y luego, refiere que en Buenos Aires Juan Esteban Facio inventa “El Rayuel-o-matic”, que es un dispositivo maquínico para leer Rayuela. En Duchamp, en Roussel, en Facio y, por supuesto en Cortázar, se apunta a la incorporación del movimiento al texto.

En la exposición Le Parc Lumière estos dos rasgos, el de la composición maquínica y el de juego, se ponen de manifiesto incluso en el recorrido que los visitantes hacen para seguir la muestra.

Los dos Julio ponen en acto en sus obras la inquietud por la innovación y la búsqueda incesante, rasgos propios de la vanguardia.

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